ads

Los orígenes de la óptica: crónica de una profesión

La historia de la profesión de la óptica es muy extensa, tanto así, que de ella se puede decir mucho. Hoy, más de 19.000 personas en España son ópticos-optometristas

FOTO: Jeff Smith vía Unsplash

Por Jaime Cevallos - 02/11/2025

Este artículo forma parte el Dossier Ópticos-optometristas, guardianes de la salud visual, elaborado por Modaengafas.com.

Todo tiene un principio, y el de la profesión de la óptica se remonta a siglos atrás…

Corría el año 1596. España, al igual que el resto de Europa, se veía sacudida por una de las grandes plagas que periódicamente azotaban al continente: la peste. El miedo y el silencio se adueñaban de las ciudades, mientras los médicos poco podían hacer ante un enemigo invisible. Y sin embargo, en ese mismo año sombrío, se produjo un acontecimiento luminoso, casi inadvertido por las crónicas de la época, pero que cambiaría el destino de un oficio y de toda una ciencia: la constitución del primer gremio de ópticos de la península Ibérica, uno de los primeros del mundo.

El “oficio de gafas” ya aparecía documentado en Barcelona en los siglos XIV y XV. Artesanos hábiles trabajaban con vidrio y metal para fabricar aquellos objetos que, aunque rudimentarios, permitían devolver la lectura a los viejos, la labor de aguja a las costureras y la precisión a los copistas. Sin embargo, no fue hasta finales del siglo XVI cuando decidieron organizarse formalmente. Aquellos maestros, conscientes de la necesidad de proteger sus secretos y dignificar su arte, fundaron un gremio en 1596.

Con el paso del tiempo, las dificultades se hicieron evidentes: eran pocos y su voz, demasiado débil para sobrevivir sola en un mundo gremial dominado por oficios poderosos. Así, en 1626, optaron por integrarse en la cofradía de los Julians, que acogía a profesiones minoritarias. De esa fusión ha quedado un testimonio valioso: los nombres de Magí Roget y Joan Roget, los primeros maestros de gafas que se registraron oficialmente, un 29 de octubre de aquel año. Dos hombres que, sin saberlo, inscribieron sus nombres en la historia de la óptica.

Benito Daza de Valdés: el humanista de la visión

Pero para entender el verdadero origen de la óptica como disciplina científica hay que viajar unos años atrás, hasta la Córdoba de 1591. Allí nació Benito Daza de Valdés, figura poliédrica y fascinante. Estudió en Sevilla, fue notario de la Santa Inquisición y, al mismo tiempo, un humanista inquieto. Su legado no se mide en cargos, sino en letras: en 1622 publicó en Sevilla Uso de anteojos para todo género de vistas, obra pionera en su género.

Dividido en tres libros, aquel tratado abordaba la naturaleza del ojo, los remedios que ofrecían los anteojos y diálogos en los que exponía sus reflexiones. Por primera vez, alguien hablaba de gafas protectoras contra el sol, describía la corrección de la emetropía y se aventuraba a explicar cómo medir las potencias de las lentes. Con él nació un nuevo lenguaje, el de la optometría. Cuatro siglos después, seguimos reconociendo su obra como el primer tratado de óptica oftálmica de la historia de la ciencia.

Siglos de silencios y renacimientos

Tras aquella semilla, la historia de la óptica española atravesó largos periodos de silencio. Hubo avances, sí, pero dispersos, aislados, como luces que titilan en la oscuridad. La verdadera consolidación de la profesión tendría que esperar.

Ya en el siglo XX, en la década de los 30, aparecieron los primeros intentos serios de articular una enseñanza organizada. Bajo el impulso de Cristóbal Garrigosa (uno de los artífices de la creación de Indo) y Pedro Méndez Parada (ingeniero que promovió la enseñanza de la óptica en España), se diseñó un programa ambicioso a través de la entonces Junta de Ampliación de Estudios (una institución creada en 1907 para promover la investigación y la educación científica en España Fue desmantelada en 1939. A partir de su estructura se creó el Consejo Superior de Investigaciones Científicas). Era el inicio de un sueño: formar a ópticos con rigor científico, dotarlos de herramientas modernas, darles un espacio académico propio. Pero aquel sueño chocó con la realidad cruel de la Guerra Civil, que truncó tantas iniciativas culturales y científicas.

1956: un año decisivo

El verdadero punto de inflexión llegó en 1956. Un grupo de ópticos, movidos por la necesidad de actualizarse, acudió al Instituto Daza de Valdés del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Allí solicitaron formación, y el resultado fue la creación de cursos en Madrid, Barcelona y Valencia. La respuesta fue entusiasta. Tanto, que los cursos comenzaron a repetirse para atender la demanda.

De aquel esfuerzo nació algo mayor: el título de “Diplomado en Óptica de Anteojería”, con reconocimiento oficial y un nivel equivalente a la enseñanza media. Por primera vez, la profesión encontraba un respaldo institucional. Una comisión inspectora, dependiente del Ministerio de Educación y dirigida por el Instituto Daza de Valdés, supervisaba los programas, examinaba a los alumnos y otorgaba los títulos. Era, al fin, un marco sólido para la enseñanza de la óptica.

El Colegio y la Universidad

La historia avanzó con paso firme. En 1964, el decreto 356/64 dio vida al Colegio Nacional de Ópticos. Nació como organización sindical en plena dictadura, pero tras la llegada de la democracia se transformó en colegio profesional. La colegiación se convirtió en requisito para ejercer, y la profesión ganó peso y reconocimiento.

La enseñanza también evolucionó. En 1972 se creó la Escuela Universitaria de Óptica de la Universidad Complutense de Madrid, heredera del Instituto Daza de Valdés. Cinco años más tarde, en 1977, se inauguró la Escuela de Óptica de Terrassa. Con ella se abría el camino a nuevas instituciones académicas que, poco a poco, fueron consolidando una red universitaria dedicada a formar a los futuros guardianes de la visión. Hoy hay más de 19.000 ópticos en España.

Una herencia luminosa

Desde los gremios medievales hasta las universidades contemporáneas, la historia de los ópticos y optometristas es la historia de un oficio que nació en la penumbra de los talleres y encontró su lugar en el ámbito científico. Es también la historia de una lucha constante por dignificar una profesión, por dotarla de rigor y de reconocimiento.

Hoy, cada vez que alguien se coloca unas gafas y descubre la nitidez del mundo, sin pensar en la ciencia y la historia que hay detrás de ese gesto sencillo, se rinde un homenaje involuntario a todos aquellos que, desde Magí y Joan Roget hasta Benito Daza de Valdés, desde los maestros artesanos del siglo XVI hasta los profesores universitarios del siglo XX, han hecho posible que la humanidad pueda mirar con claridad.

La profesión de óptico-optometrista no es solo técnica y ciencia. Es, sobre todo, una forma de cuidar la mirada del otro. Una herencia luminosa que ha atravesado siglos de guerras, pandemias, censuras y silencios, para llegar hasta nosotros como un testimonio de perseverancia y claridad.

Texto realizado en base a datos de “La historia gráfica de la óptica”, “Uso de anteojos para todo género de vistas” y “El Gremi d’Ulleraires a Barcelona 1596-2020”

Compartir:
Jaime Cevallos
Jaime Cevallos
Newsletter

Suscríbete a la newsletter de modaengafas.com

© modagafas.com 2025 - Desarrollo web Develona