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L’Atelier o volver a las cosas bien hechas

En el madrileño barrio de Las Letras una óptica llama la atención, no solo por su nombre: L’Atelier, sino por lo que encierra en su interior: salud y arte. Detrás, dos emprendedores: Thomas Denizot y Fran Avilés.

Francisco Avilés y Thomas Denizot emprendieron con la puesta en marcha de L´Atelier.

Por Antonia Cortés - 12/09/2025

Este reportaje forma parte del Cuaderno de Emprendimiento editado por Modaengafas.com.

Mientras Madrid se preparaba para conmemorar el tercer aniversario de los atentados del 11M, un joven francés de Toulouse llamado Thomas Denizot hacía las maletas para trasladarse a la capital española. La necesidad de un cambio de aires y la posibilidad de aprender el español fueron excusas suficientes para dejar todo. Había estudiado Derecho y Comercio Internacional y estaba trabajando en una multinacional americana de seguros, lo que no fue un impedimento para llevar adelante su decisión. Era el momento de dar un carpetazo. Al fin y al cabo, Francia y España están cerca, y en su cabeza esa aventura tenía una fecha de caducidad: tres meses.

Como la gran mayoría de los jóvenes cuando salen de su país y van a otro a estudiar la lengua, encontró trabajo como camarero. En un restaurante vegetariano del famoso barrio de Chueca no solo aprendió las primeras frases y a chapurrear, sino que empezó a conocer gente interesante.  Aún ni imaginaba lo que podría cambiar su vida.

“El destino es sabio, sabe bien a quien ponerte en el camino, ya sea para que se quede contigo o para que te deje una lección”, dice el Sombrerero loco, y aunque seguramente Thomas en aquel entonces no estaba pensando en este personaje de Alicia en el país de las Maravillas, de Lewis Carroll, lo cierto es que así ocurrió, y a esos tres meses iniciales se fueron sumando otros más y más hasta llegar a los 18 años que han pasado desde aquel marzo de 2007. Un tiempo en el que se enamoró de Madrid, de sus calles, de todo lo que ofrece la ciudad, de la forma de ser, de la calidad de vida y de las oportunidades que fue teniendo, pues pronto encontró trabajo relacionado con su formación y con sus inquietudes. Instituciones como el Instituto Cervantes o empresas como PriceWaterhouse le abrieron las puertas, y ahí siguió sumando experiencia profesional. Hasta que llegó la crisis económica que azotó a España, y Thomas, nos cuenta, tampoco se salvó.  Se quedó sin empleo.

Pero hemos recordado que el destino es sabio y en ese camino de la vida ya se encontraba Francisco Avilés, su pareja, un toledano que en su día también llegó a Madrid para estudiar Óptica y que tampoco regresó a su ciudad de origen. Sin dudar que Toledo, la llamada ciudad de las tres culturas, siempre merece una visita, por su belleza, por su casco antiguo, por su historia, por su cultura, porque simplemente es una de las ciudades más bonitas de España. Tras terminar, Fran se centró en la investigación y la optometría clínica. A él le iban bien las cosas como optometrista y profesor de universidad.

Que Madrid les había enganchado era un hecho. Madrid y sus barrios, desde La Latina a Lavapies, Embajadores, Opera, Plaza de España y el siempre querido barrio de Las Letras, rincones que bien conocen, pues en ellos han ido escribiendo distintos capítulos de sus historias. La opción, por tanto, era Madrid, eso lo tenían claro. Pensaron y pensaron en busca de una salida que acabara con ese desempleo y que mirara al futuro. Las ofertas laborales que llegaban no le convencían a Thomas o los sueldos eran demasiado bajos. ¿Y si emprendían?  Si fue valiente una vez ¿por qué no había de serlo de nuevo? El emprendimiento no le era ajeno, en su entorno familiar, sus padres -ella, médico; y él, arquitecto- habían montado sus propios estudios, también sus hermanos. Convenció a Fran y barajaron distintas posibilidades hasta un negocio de comida para llevar a casa, recuerda Thomas. Pero la última elección estaba aún por llegar.

Una infancia con gafas

Thomas fue un niño con gafas. Desde los dos años, sus idas y venidas a una prestigiosa clínica de París se sucedían semanalmente. Horas y horas en las que ese pequeño, mejor dicho, sus ojos, se convertían en el centro de investigadores y jóvenes que estaban haciendo el MIR. Las visitas luego fueron quincenalmente. Nuevas técnicas, innovadores estudios, últimos avances… hasta que, con 16 años, y sin operación de por medio, aquel niño ya convertido en un jovencito dejó de llevar gafas.

Revivir todos esos años y la profesión de Fran, le llevo a pensar en abrir una óptica, no una más, no. Querían un espacio diferente, con el sello personal de ambos, con sus gustos, con sus pasiones. Una óptica de autor. “Volver a lo bueno y a lo bien hecho como antaño”, nos cuenta Thomas, una frase que solía decir su abuela.

Un 2 de mayo de 2013, tras regresar del cumpleaños de un primo de Fran, vieron un local. Los dos se entusiasmaron, los dos vieron que ahí empezaría una nueva etapa, que era el lugar idóneo para emprender, para hacer realidad una idea más que clara. Una semana después, Thomas había hecho el business plan. Comenzaron las distintas fases burocráticas para conseguir la aprobación del proyecto, los avales, los préstamos… A los dos les entusiasmó este volver a empezar, un proyecto en el que Fran vertía todos sus conocimientos profesionales como optometrista; Thomas su pasión por la gestión y la creatividad; y ambos el gusto por el diseño, la moda. Salud y arte se fundían para proponer un espacio único, diferente, lleno de ricos ingredientes. Un lugar donde conseguir una mirada única.

Óptica de L´Atelier en Opera.

Buscaron un nombre para su negocio: L´Atelier.  Volver al origen, a la artesanía, al taller de costura, a lo hecho a mano, a las medidas… Thomas reitera la ilusión de ambos y cómo lo que querían era ofrecer algo distinto, personal, acorde con las preferencias individuales, dejar a un lado los materiales malos y buscar lo que cada uno requiere según su forma de ser: ver bien y verse bien. Y para ello, insiste Thomas, lo fundamental es escuchar para poder asesorar, “como los antiguos peluqueros que sabían cuál era el corte de tu pelo más acorde con la cara”. Porque tan importante es la salud de los ojos como las gafas que se llevan, “no hablamos de un accesorio más, sino de una prolongación de tu personalidad”.

El barrio de Las Letras

Y así es como abrieron la primera óptica en la calle Moratín, en pleno barrio de las Letras.  Cerca de esas otras calles en las que se puede respirar el aire literario del Siglo de Oro español. Si se callejea, encontraremos esos lugares mágicos donde vivieron, estuvieron o escribieron ilustres de nuestra literatura universal como los siempre enfrentados Góngora y Quevedo, Tirso de Molina, Calderón de la Barca, Lope de Vega… y el más grande entre los grandes: Miguel de Cervantes.

Pasear con la mirada al cielo, para no perdernos esas placas que nos recuerdan los nombres de los literatos, pero también hacia el suelo, donde podemos ver escritas famosas palabras que nunca se las llevó el viento, grabadas en oro. Caminar y caminar para no perderse el encanto de un barrio especial como L´Atelier, cerca de la Plaza de Santa Ana, donde la escultura de Federico García Lorca parece dar la bienvenida a tantos y tantos turistas que pasan por allá. Y quién sabe si alguno, como Thomas Denizot, con la intención de aprender español, sin percatarse de la sabiduría del destino.

Un barrio que no siempre tuvo la fama de bohemio, culto y literario y en el que Thomas y Fran también se involucraron para que Huertas, como era conocido, poco a poco fuera borrando esa imagen negativa que debido, principalmente, a las drogas llegó a tener en un pasado no tan lejano. No olvidemos el origen francés de Thomas, la bohemia de París, su barrio de escritores y artistas… y ¿por qué no en Madrid?

Pues sí, en ese madrileño barrio de versos y fragmentos literarios, de teatro y cervecerías, de mucha vida y alegría, L´Atelier fue ocupando su lugar, aumentó y fidelizó su clientela y se integró como un vecino más. El proyecto dejó pronto de serlo para convertirse en la realidad buscada: la fusión de la salud y el arte.

L´Aletier también en Ópera

“Si funciona, genial y si no, no pasa nada”, pensó en su día Thomas, cuando su situación de desempleado le llevó a buscar junto a Fran otras alternativas. Y funcionó. Ellos también fueron escribiendo sus propias páginas, sus números, sus deseos de futuro. El pasado año, estos emprendedores se arriesgaron de nuevo. Otro local, otro toque mágico, otro barrio, ahora Ópera, rodeados del Teatro Real, y en una de las zonas madrileñas más emblemáticas… En la calle Santiago 8, abrían su segundo “taller óptico”, con el mismo concepto: ver bien y verse bien. Salud y diseño.

En ambas ópticas, además de cuidar la salud visual, los clientes podrán encontrar firmas de culto: Jacques Marie Mage, Dit, AHLEM, Moscot, Matsuda, Mykita, LGR… Marcas independientes que, además, “están comprometidas con la calidad, la sostenibilidad y el diseño honesto”, porque lo que buscan “son propuestas con alma”.

Almas como la de Thomas y Fran que ahí siguen como Don Quijote y Sancho Panza, preparados para las aventuras que han de llegar como llegaron el Madrid Design Festival o la pasarela Madrid es Moda, eventos en los que no dudaron en participar. Arriesgar para avanzar. Y ellos lo tienen tan claro como el poeta: “caminante no hay camino, se hace camino al andar”.

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Antonia Cortés
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