La tecnología llega al gabinete: nuevas formas para evaluar las deficiencias visuales

El Cuaderno incluye entrevistas con Begoña Gacimartín y Ramón García, al igual que artículos firmados por Ubalda Medina, Lluís Bielsa, Víctor J. G. Molina, José Carrasco, Ana I. Martínez, y Ernesto Marco.

Durante décadas, el gabinete óptico ha sido un espacio de precisión clínica y de relación humana: el lugar donde la ciencia de la visión se encuentra con la confianza del paciente. Sin embargo, en los últimos años estamos asistiendo a una transformación sin precedentes. La llegada de la inteligencia artificial (IA) y de nuevas tecnologías predictivas está redefiniendo no solo la forma en que evaluamos la función visual, sino también cómo entendemos la propia práctica optométrica, el desarrollo de nuevas lentes y la gestión del establecimiento.

Hoy, la IA se integra en instrumentos que analizan refracciones con mayor consistencia, detectan patrones sutiles en topografías o retinografías, e incluso predicen riesgos de progresión en determinadas condiciones oculares. El gabinete óptico ya no se limita a medir: interpreta, anticipa y personaliza. La optometría entra así en una era donde el profesional, lejos de ser reemplazado, ve ampliada su capacidad diagnóstica y su eficiencia. La tecnología se convierte en un aliado que libera tiempo para lo realmente insustituible: la comunicación, el criterio clínico y el acompañamiento al paciente.

La evolución de las lentes oftálmicas sigue el mismo camino. La IA permite diseñar geometrías optimizadas no solo para parámetros estandarizados, sino para modelos tridimensionales individualizados de la forma de mirar, de movernos y de interactuar con pantallas. Las lentes de última generación ya pueden incorporar cálculos que predicen el comportamiento visual en diferentes contextos y distancias, ajustando aberraciones y campos útiles con una precisión impensable hace apenas una década.

En paralelo, el avance en materiales inteligentes abre la puerta a lentes que modulan su transmisión luminosa, reducen la fatiga visual digital o se adaptan dinámicamente a entornos cambiantes. La óptica se encuentra así en un punto de madurez tecnológica que posiciona al profesional como intérprete de soluciones altamente sofisticadas.

Y si hay un área donde esta revolución adquiere un valor social incalculable, es la baja visión. Tradicionalmente, las ayudas ópticas se centraban en suplir la pérdida funcional mediante aumentos, contrastes o iluminación. Hoy, gracias a dispositivos con IA incorporada, se está dando un salto cualitativo: hablamos de sistemas que reconocen textos y escenas, describen el entorno, identifican obstáculos, mejoran el contraste dinámicamente o proyectan información aumentada.

Las gafas electrónicas de última generación, las aplicaciones de visión asistida y los sistemas portátiles de ampliación han convertido la baja visión en un campo donde la autonomía del paciente alcanza niveles impensables. La optometría especializada ya no ofrece únicamente ayudas ópticas: ofrece experiencias visuales ampliadas, donde la rehabilitación integra software, hardware y entrenamiento personalizado. El futuro apunta a soluciones híbridas que combinen datos biométricos en tiempo real, neurooptometría y algoritmos de IA capaces de adaptar la ayuda al instante.

La IA no sustituirá la mirada clínica; la potenciará. No reemplazará el vínculo con el paciente; lo enriquecerá. Y no automatizará la profesión; la hará más estratégica.

Estamos entrando en una nueva etapa donde el gabinete óptico es un ecosistema inteligente, donde las lentes son interfaces de precisión personalizada y donde la baja visión avanza hacia soluciones realmente transformadoras. Como profesionales, tenemos la misión —y el privilegio— de guiar a nuestros pacientes en este cambio.