Por esas cosas del destino, María de Blas no eligió la óptica: la óptica la eligió a ella. Y, desde entonces, ha aprendido que hay vidas que se enfocan con unas lentes… y otras con voluntad, pasión y entrega total.
María de Blas: ver claro para vivir más intensamente
María es mucho más que una optometrista. Es madre, hija, hermana, amiga; también es alguien que lucha, que siente cada segundo y que abraza la vida como si cada día fuera una partida nueva

María de Blas.
Hay decisiones que parecen menores en su momento, pero que terminan marcando el rumbo de toda una vida. Para María de Blas, eso fue poner Óptica y Optometría como la opción número 13 en la preinscripción universitaria. No era su sueño, ni siquiera estaba en su radar. Pero el destino, con su toque de ironía y sabiduría, puso esa profesión en su camino. Ella lo recuerda con una mezcla de humor y emoción: “Confieso que lloré mucho. Pensé en abandonar. Pero fue en ese año extra, ese que me obligó a quedarme tras suspender una asignatura, cuando conocí a las personas que me enseñaron que esta profesión no solo te permite enfocar el mundo, sino que te da el privilegio de ayudar a los demás”.
Hoy, María no solo es una profesional que mira a través de cristales, sino una mujer que mira la vida con una claridad que pocos alcanzan. Su rutina comienza temprano, muy temprano, a las seis de la mañana, sin necesidad de despertador. Se despierta con los ojos llenos de propósito, con una taza de té rojo entre las manos y una lista mental de tareas que no tiene fin: despertar a su hijo, pasear al perro, alimentar a la cobaya y mimar las plantas del balcón. Luego llega el colegio, y con él, una especie de ritual matutino en alguna cafetería cercana donde los padres intentan arreglar el mundo mientras sorben café.
A las diez, comienza su jornada profesional. Se pone la bata, la sonrisa y la disposición para dejarse sorprender por quien entre por la puerta. Porque para ella, cada paciente es una historia, una oportunidad de conectar y servir.
Pero fuera del gabinete, María es mucho más que una optometrista. Es madre, hija, hermana, amiga, y como dice con orgullo, una “vividora”, en el sentido más noble del término: alguien que lucha, que siente cada segundo y que abraza la vida como si cada día fuera una partida nueva. “La vida para mí es una evaluación continua en la cual el examen se aprueba si consigues hacer feliz a los que están al lado”, afirma con convicción.
Entre sus “invierte-tiempos” —así prefiere llamar a los pasatiempos— están escribir y ver amanecer bajo un árbol, con los pies en la hierba y un cuaderno en la mano. Su amor por las palabras ha cristalizado en la publicación de su primer libro, El Plan, una biografía que es, en realidad, una confesión en voz alta.
Habla con pasión de los libros que le han cambiado la vida, como Las nueve revelaciones de James Redfield o El poder de la intuición de David Topí. Y los lee, por supuesto, en papel: con lápiz en mano para subrayar, anotar y hacerlos suyos.
Su plato favorito no es de un restaurante famoso, sino el soufflé de queso que le prepara su madre cuando la vida duele. Porque hay sabores que curan y recetas que abrigan como un abrazo.
¿Su lugar soñado? Un pinar familiar, testigo del paso de generaciones. Allí se pierde y se encuentra. Allí respira lo esencial.
¿Y su recuerdo más preciado? Curiosamente, uno lleno de caos y ternura: el día que, siendo una niña, lanzó sin querer a su hermano por las escaleras en La Manga del Mar Menor. Un accidente que acabó sellando un vínculo inquebrantable. “Él llegó para ofrecer ayuda sin tener que pedirla”, dice.
María de Blas no ve el mundo solo con los ojos. Lo mira con alma, con humor, con entrega. Y gracias a ese destino travieso que la empujó a una carrera que no pensaba, hoy cientos de personas ven mejor. Y quizás, también, viven mejor.

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