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Óptica Lisboa: el reto de Javier Ochoa

Javier Ochoa decidió emprender después de muchos años de trabajo en el sector. Su óptica ya ha cumplido un año y, en su futuro, atisba la apertura de un segundo establecimiento

Javier Ochoa, fundador de Óptica Lisboa.

Por Jaime Cevallos - 10/10/2025

Este artículo forma parte del Cuaderno de Emprendimiento editado por Modaengafas.com.

Por las calles de Bilbao, entre la humedad del Cantábrico y el murmullo de una ciudad que ha aprendido a reinventarse, una óptica intenta brillar con luz propia. No es solo por el escaparate o los colores audaces de sus monturas. Lo que atrapa, en realidad, es el alma que la sostiene. La de Javier Ochoa, un óptico-optometrista que dejó atrás los caminos seguros para construir uno propio. Un hombre que ha sabido convertir la vocación en refugio, y el cansancio en impulso.

Nacido en Jaén en 1985, entre olivos y cielos azules, Javier no se imaginaba entonces en el mundo de la óptica. Su infancia fue libre, salvaje y rural, marcada por los juegos en el cortijo de sus abuelos. “Éramos niños”, dice con una sonrisa que parece recordar el polvo dorado del sur y las encinas que cobijaban sus sueños. “Mi imaginación volaba junto a mi prima Marga y mi amiga Marta. Hacíamos cabañas en las encinas, salíamos de expedición a escalar en la cantera, acompañábamos a un pastor con su rebaño de ovejas y cabras”. De esa raíz libre y creativa nacería, muchos años después, su forma distinta de ver el mundo.

Tras un camino inicial en ingeniería, Javier aterrizó casi por azar en la Escuela de Óptica y Optometría de la Universidad Complutense de Madrid. Lo atrajo una promesa vaga: “la atención a las personas”. Sin antecedentes familiares ni gafas que lo orientaran, descubrió en ese campo una extraña afinidad. Años después complementó su formación con Publicidad, Relaciones Públicas y un máster en Dirección de Marketing. Como si supiera, desde el principio, que un día no solo tendría que ver ojos, sino también saber contar historias, liderar equipos y diseñar experiencias.

La óptica fue primero oficio, después vocación, y por último, destino. Desde su primer verano en un establecimiento de Visionlab en Madrid hasta su paso por otras cadenas, Javier fue moldeando su mirada profesional. Pero sería en Bilbao, ciudad que adoptó por amor y donde se siente “arropado”, donde alcanzaría su madurez. Allí, tras una etapa de gran intensidad en Medical Óptica Audición, decidió parar. Mirarse dentro. Preguntarse: “¿Y ahora qué?”.

“Hay momentos en la vida donde uno ya no puede más. Momentos donde lo que hacías con pasión lo empiezas a hacer por obligación. Y creo que eso no puede ser”. Lo que vino después fue una tormenta creativa: Óptica Lisboa, un proyecto cocinado con pasión, valentía y un punto de rebeldía.

Desde el primer momento supo que quería romper con la estética tradicional. Nada de blanco aséptico ni estanterías impersonales. “Aposté por el naranja y el verde. Por color y formas arriesgadas. Por un espacio cálido”. Quería diferenciarse. Y lo logró. Porque en Óptica Lisboa no se venden gafas, se cuentan historias con gafas. Cada montura es una extensión del rostro, una declaración de estilo, una pequeña revolución íntima.

Pero la verdadera diferencia está en la atención. Javier no trata con clientes, sino con personas. Escucha, observa, conecta. Rechaza la venta agresiva. Cree en la honestidad como pilar del negocio. “Si alguien no necesita un progresivo, no se lo ofrezco. Prefiero que se vayan con una buena experiencia y regresen”. Y lo hacen. Porque en tiempos de prisa, su óptica es un remanso. Un lugar donde te sientes visto de verdad.

El camino no ha sido fácil. Emprender es vértigo, es enfrentarse a la montaña rusa emocional de quien pone todo en juego. “Puedes pasar del entusiasmo a la ansiedad en segundos”, reconoce. “Cuando emprendes comienza una carrera de fondo llena de retos. Un reto es una montaña rusa de sentimientos”.

Pero en ese caos, Javier ha descubierto su fortaleza. Dice que se ha rodeado de proveedores comprometidos, ha aprendido a sembrar sin prisa. Ha entendido que no todo el que entra busca comprar; algunos solo quieren mirar, sentir. Y a veces, vuelven meses después, convertidos en fieles.

No todo es romanticismo. Javier conoce también las dificultades del emprendimiento: la burocracia, las jornadas infinitas, la incertidumbre. “Trabajar en tu propia óptica suena atractivo y seduce a cualquiera. Nos imaginamos que tenemos libertad para todo, que el cliente siempre va a ser el ideal y que la facturación va a ser la deseada todos los días. Pero también existe una parte de ‘trabajo sucio’ que a menudo se convierte en psicológico y para el cual hay que estar preparado. No todos los días van a ser como has soñado”. 

Pero incluso en los días grises, Javier encuentra luz. “Este año ha sido tan bueno que ya estoy pensando en abrir una segunda óptica”, confiesa. No lo dice con soberbia, sino con la certeza tranquila de quien ha encontrado su sitio.

Fuera del mostrador, conserva una pasión infantil: los LEGO. Tiene su colección guardada como un tesoro esperando a ser reconstruido. “Algún día montaré una LEGÓptica”, bromea pensando en los tiempos de la jubilación. Quizá sea su forma de recordarse que sigue siendo aquel niño que construía cabañas entre encinas, ahora con gafas y facturas, pero con la misma creatividad.

Cuando se le pregunta por una frase que lo inspire, Javier cita a Andrew Carnegie: “El secreto de mi éxito fue rodearme de personas mejores que yo”. Lo ha hecho. Su pareja, su familia, sus amigos emprendedores, sus colegas del sector. No camina solo. Y quizás por eso avanza con tanta firmeza.

Óptica Lisboa no es solo un comercio. Es un manifiesto silencioso de cómo el trabajo puede hacerse desde la belleza, la empatía y el compromiso. Es la historia de alguien que se cansó de trabajar por obligación y decidió volver a mirar con amor. Y así, cada día, Javier Ochoa afina el foco de la ciudad con sus gafas, su risa fácil y su mirada honesta. Porque en un mundo que cada vez ve menos, él ha aprendido a mirar mejor.

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Jaime Cevallos
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