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De un local en Burdeos a una multinacional: la epopeya de Alain Afflelou

Alain Afflelou representa lo que es el emprendimiento dentro de la óptica, pues ha logrado construir una multinacional a partir de una primera óptica situada en las afueras de Burdeos

Alain Afflelou es considerado como uno de los emprendedores más importantes de Europa.

Por Jaime Cevallos - 30/10/2025

Este artículo forma parte del Cuaderno de Emprendimiento editado por Modaengafas.com.

En un pequeño local de 70 metros cuadrados, en un barrio periférico de Burdeos, comenzó en 1972 una historia singular. La de un joven de apenas 23 años, con dos títulos en el bolsillo y un sueño entre ceja y ceja. Alain Afflelou, hijo de pied-noirs, formado como óptico y audioprotesista en París, había regresado a su tierra dispuesto a romper moldes. Quería una óptica que se le pareciera, que hablara su lenguaje: el de la modernidad, la empatía, el riesgo asumido y la elegancia cercana.

Lo había aprendido desde niño en la panadería de su padre, en Sidi Bel Abbès, Argelia, donde comprendía que el servicio era algo más que una transacción: era una forma de dignificar al cliente. Aquel niño que repartía pan fue creciendo hasta convertirse en un joven con talento para escuchar, aconsejar, adaptarse al otro sin imponerse. De hecho, en su primer empleo en Burdeos, ya como óptico, descubrió que su vocación iba más allá del mostrador: quería crear, arriesgar, construir algo que llevara su sello. Se dio cuenta que llevaba dentro el espíritu del emprendedor.

Y así, Alain Afflelou decidió escribir su futuro. Con el respaldo moral de su familia, pidió un crédito para adquirir no solo el local soñado para abrir su primera óptica, sino todo el edificio donde se encontraba. La jugada era arriesgada, pues, implicaba endeudarse durante 15 años. Pero también era una primera lección empresarial en estado puro: el riesgo podía amortiguarse con activos del edificio que generaran renta. Allí comenzó una historia de audacia y trabajo, de intuición y compromiso.

Desde el principio, su estilo fue inconfundible y aunque el establecimiento llevara en rótulo con la palabra “Óptica”, era distintas a las otras que por ese entonces funcionaban en la ciudad. Pintó las paredes de naranja y blanco, reemplazó el gris clínico que imperaba en las ópticas tradicionales, eliminó las batas blancas y apostó por un moderno diseño en el mobiliario. Las gafas eran moda, eran extensión del rostro y la identidad. Afflelou lo sabía, y por eso transformó su establecimiento en un espacio acogedor, moderno, humano. Incluso contrató a un óptico veterano para tranquilizar a quienes dudaban de aquel joven innovador.

Los resultados no tardaron en llegar: 400.000 francos de facturación en el primer año, el doble de lo previsto. Pero, más que los números, importaba la confirmación de que su modelo funcionaba. Había una necesidad de cambio en el sector, y él había llegado para cubrirla. Con una combinación inédita, Alain Afflelou inició un camino que cambiaría para siempre la manera de entender la óptica.

La revolución silenciosa

El joven Alain Afflelou supo desde muy pronto que el éxito no era solo hacer las cosas bien, sino también saber contarlas. Comprendió que la publicidad era un altavoz imprescindible, que innovar requería visibilidad. Cuando decidió introducir descuentos en las monturas, una práctica que hasta entonces no se producía en la óptica francesa, lanzó una campaña con la agencia Havas. Arriesgó mucho, porque para hacerlo, tuvo que endeudarse. Durante una semana, nada sucedió. Y luego, el éxito explotó: colas, ventas, reputación. Tres lecciones: el valor de la osadía meditada, el atractivo universal del ahorro y la importancia de comunicar con claridad.

Alain Afflelou, junto a su hijo Anthony -actual consejero delegado del grupo.

El modelo de negocio se extendió rápidamente, pero Afflelou sabía que necesitaba escalarlo. Nacía entonces el concepto de franquicia en el mundo de la óptica francesa. El primer franquiciado fue un antiguo competidor, Jean Meunier, que acabó siendo cómplice y aliado. A partir de ahí, la red creció como un tejido de confianza y profesionalidad. Cada nueva óptica mantenía el mismo espíritu: diseño, escucha activa, y un trato personalizado que se alejaba de la frialdad comercial habitual.

Una marca, un nombre, una idea

En 1985, Afflelou apostó por usar su propio nombre como marca, pero, según cuentan quienes lo conocen, no lo hizo por un asunto de vanidad, sino como una consecuencia del trabajo que había realizado hasta ese momento. De hecho, la decisión fue sugerida por un grupo de expertos creativos, la cual se materializó con el eslogan «Estamos locos por Afflelou», lo que marcó un antes y un después en la historia de la compañía. La campaña costó tres millones de francos, y fue un triunfo. Su apellido se convirtió en sinónimo de profesionalidad moderna. Desde entonces, cada acción publicitaria se transformó en parte de una saga reconocible y esperada.

Mientras tanto, él seguía atendiendo a sus clientes en la óptica de la calle Rivoli, en París. Allí escuchaba a los compradores, percibía cambios, intuía lo que el público quería antes de que el mercado lo supiera. Aplicó la morfopsicología para elegir gafas según los rasgos del rostro. Unir ciencia, moda y psicología fue una genialidad silenciosa. En esos años, Afflelou demostró que la visión comercial no está reñida con el arte de cuidar el detalle.

En 1990, reinventó el acceso a las lentes de contacto con la suscripción mensual «Lentilles Liberté». Las lentillas dejaban de ser un lujo y se democratizaban. Y, como siempre, lo contó bien. Una idea sencilla, pero ejecutada con precisión, que abrió las puertas del mercado a nuevos clientes.

‘Tchin Tchin’ y el arte de reinventarse

El año 1998 trajo un estancamiento de las ventas. Pero esa circunstancia abrió la puerta a una idea luminosa que se mantiene hasta hoy: ofrecer un segundo par de gafas por un franco (en la actualidad, un euro). Entonces nació la campaña «Tchin Tchin», respaldada por una colección propia que al principio tuvo 80 modelos. Muchos dudaron de la eficacia de esta estrategia. Afflelou insistió. Y el éxito, otra vez, fue inmediato. Aún hoy, el «Tchin Tchin» se mantiene como símbolo de su capacidad de reinventar el consumo. Con esta estrategia, se multiplicaron las visitas, las ventas y la notoriedad.

Afflelou nunca se detuvo. Viajó incansablemente, apoyó personalmente las aperturas de nuevas ópticas, aconsejó a franquiciados, siguió guiándose por su instinto y su cercanía. No se limitó a crecer: cultivó una red viva. Su filosofía se convirtió en una cultura compartida, donde la calidad y la empatía no eran negociables.

De Francia al mundo

A principios del siglo XXI, comenzó la internacionalización. España se convirtió en su segundo gran mercado tras adquirir 72 ópticas de Carrefour y transformar a sus gestores en franquiciados. Aquello supuso todo un cambio en el sector óptico español, donde varias empresas tuvieron que reinventarse para competir.

Hoy, hay más de 370 establecimientos Afflelou en el país. Y la marca, además, está presente en Portugal, Suiza, Bélgica, Marruecos, Argelia, Túnez. Cada país adoptó el modelo con sus matices, pero sin perder la esencia.

En 2011, dio un paso audaz hacia el universo de la audición. Democratizar los audífonos, desdramatizar su uso, acercarlos al gran público. Desde 2021, España ha sido punta de lanza de esa estrategia, con más de 200 espacios dedicados. La revolución auditiva de Afflelou repitió el patrón: eliminar barreras, modernizar percepciones, y ofrecer soluciones accesibles.

Alain Afflelou no es solo un nombre sobre una fachada. Es una filosofía empresarial viva: riesgo con sentido, comunicación, cercanía real, innovación constante. No persiguió una ambición ciega, sino un crecimiento sostenible, con los pies en la tierra. “Sus decisiones, siempre audaces pero sensatas, han logrado construir una identidad coherente y poderosa”, sostienen varios expertos del sector.

Como buen capitán, supo leer el viento y ajustar velas. Hizo de la óptica un arte y de la empresa una extensión de su personalidad. Hoy, su historia es la prueba de que ver más allá no es solo una cuestión de lentes o gafas. Quienes lo conocen y lo han tratado, dicen que la de Alain Afflelou es una actitud ante la vida. Una actitud que se transmite, que inspira, que construye. Una mirada que no se conforma con mirar, sino que busca comprender, mejorar y transformar.

La historia de Alain Afflelou es también la historia de una forma de vivir el liderazgo. Su modelo no se basa en fórmulas rígidas ni en estructuras impersonales. Al contrario, construyó su imperio en torno a una verdad sencilla y profunda: el éxito empresarial nace del compromiso personal. Siempre defendió que el empresario debe conocer su oficio desde dentro, tocar con las manos lo que ofrece, mirar a los ojos a sus clientes y comprender sus necesidades.

En los congresos con sus franquiciados, Afflelou no hablaba solo de ventas, márgenes o expansión. Hablaba de confianza, de intuición, de valentía. Les recordaba que cada óptica era un reflejo de su propietario, y que la autenticidad era una herramienta tan poderosa como cualquier campaña publicitaria. Su figura se convirtió en un faro para cientos de emprendedores que encontraron en su trayectoria no solo una inspiración, sino una hoja de ruta.

Además de revolucionar su sector, Afflelou quiso contribuir al entorno que lo rodeaba. Por eso apostó por el patrocinio deportivo, por las alianzas culturales, por el impulso de la investigación óptica y auditiva. Entendió que una marca no puede limitarse a vender: debe participar, comprometerse, devolver algo a la sociedad que la sostiene. Así, convirtió su grupo en un actor relevante no solo en el ámbito comercial, sino también en el social.

Hoy, al mirar atrás, la figura de Alain Afflelou emerge con claridad como la de un pionero que supo escuchar su tiempo y adelantarse a él. Que no se conformó con lo establecido y que hizo de la reinvención una constante. Que nunca dejó de ser óptico, aunque se convirtiera en empresario. Y que, en un mundo cada vez más acelerado, recordó a todos que el verdadero progreso empieza con una mirada.

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Jaime Cevallos
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