A las personas que, más o menos, de repente, pierden la visión binocular les resulta especialmente complicado adaptarse a la ausencia de estereopsis.
Pistas monoculares en la percepción de la profundidad
El sistema visual siempre busca adaptarse con un mínimo de eficiencia, aunque disponga de menos recursos funcionales.

FOTO: Getty Images vía Unsplash
Esta situación se describe muy bien en el libro “Los ojos de la mente” de Oliver Sacks, en el que el autor describe su propia experiencia.
Con la adaptación a la monocularidad se potencian habilidades que, aunque no lleguen a optimizarse tan bien como las de una persona que desde siempre ha funcionado sin binocularidad, permiten hacer menos crítica la pérdida de estereopsis.
Estos recursos monoculares, potenciados para funcionar en un entorno tridimensional, son:
Los tamaños relativos y las variaciones de textura, iluminación y sombra de los objetos como indicios de volumen.
Las líneas de perspectiva del conjunto del escenario visual y de los objetos que lo configuran.
La interposición total o parcial de los objetos percibidos como referente relativo, permitiendo deducir si están delante o detrás.
El efecto de paralaje en el movimiento tanto del observador como de lo observado, determinante de que los objetos más cercanos parezcan desplazarse más rápido que los lejanos.
Incluso la sensación de mayor o menor esfuerzo de acomodación, ligada a la distancia a la que se encuentra el objeto, podría añadir información adicional.
Con estas pistas monoculares, el cerebro crea una percepción del medio que, sin ser tridimensional en sentido estricto, permite interpretarlo a efectos de profundidad.
Y es que el sistema visual siempre busca adaptarse con un mínimo de eficiencia, aunque disponga de menos recursos funcionales.
El pirata, aún con el parche, sigue siendo peligroso con su espada.
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