Francesc Dalmau: así comenzó todo
Barcelona, 1839. Francesc Dalmau pone en marcha la primera óptica de la ciudad, en la que cuenta con un gran stock de gafas fabricadas en su propio taller, especialmente diseñadas para conservar la vista de sus conciudadanos.
Así, Dalmau comenzaba a hacer historia en un año importante para Barcelona, donde, por aquellos días, se captaba la primera fotografía que se hizo en la Península Ibérica.
En la óptica de Francesc Dalmau había gafas de todo tipo: de cristal de roca, de color graduados o planos, cilíndricos, esféricos, periscópicos… Muy pronto, los resultados se hicieron notar y su tienda convertiría toda una referencia en la ciudad gracias a la variedad y calidad de su surtido.
Cèlia Cuenca Córcoles, investigadora predoctoral de la Universidad de Barcelona, cuenta al detalle la historia de Francesc Dalmau en Los ópticos de la Barcelona del siglo XIX: Un oficio entre la ciencia y el espectáculo, un libro impulsado por el Colegio Oficial de Ópticos-Optometristas de Cataluña.
Con esa primera óptica, Francesc Dalmau -según detalla Cuenca Córcoles- se ganó la confianza de los barceloneses, lo que le permitió trasladar su tienda a la concurrida calle de Ferran que, por ese entonces, ya era uno de los ejes comerciales de referencia en la ciudad.
La tienda estaba dividida en tres espacios diferenciados a los que se accedía a través de tres puertas iguales, decoradas con bronces y dorados. La primera puerta abría al taller, donde se fabricaban las lentes, vidrios y cristales. La segunda permitía acceder a la tienda, donde se podían encontrar todo tipo de gafas y material óptico de producción propia. “Finalmente, la tercera puerta daba acceso a un gabinete óptico, una sala especialmente reservada para la celebración de espectáculos visuales y ex posición de dispositivos ópticos…”.
EL TRASLADO A LA RAMBLA
El negocio de Dalmau siguió prosperando y la óptica se trasladó a La Rambla, delante del Gran Teatro del Liceo, “punto de encuentro y centro de ocio principal de la burguesía liberal de Barcelona”.
Para llamar la atención de los barceloneses, Dalmau instaló un cañón solar sobre la puerta de entrada de la tienda. Los cañones solares o de meridiano eran unos pequeños cañones en miniatura depositados sobre una base con una lupa que apuntaba directamente a la carga de pólvora. “Esta se tomaba por acción de la concentración de los rayos sonido lares cuando se llegaba al mediodía, tocando así las doce”.
Cèlia Cuenca explica en la obra que durante este periodo y siguiendo de cerca los pasos de Dalmau, surgieron las ópticas en la ciudad, como la de Luis Corrons, que con el tiempo se convertiría en su principal competidor, aunque se sabe poco sobre sus orígenes y trayectoria.
“En 1852, Corrons había abierto su primera tienda de óptica junto al Teatro Principal y dos años más tarde se trasladaba junto al Liceo, es decir, justo delante del escaparate de Dalmau”
La historia narrada por Cèlia Cuenca es el retrato de una época que nos permite entender cómo empezó todo. Los ópticos de la Barcelona del siglo XIX: Un oficio entre la ciencia y el espectáculo deviene en un libro imprescindible para el sector.
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