Eduardo Mendoza publicó La ciudad de los prodigios en 1986, una novela que, a la sazón, es un retrato de la sociedad catalana de entre 1888 y 1929.
Óptica Masiá… en la ciudad de los prodigios
En la novela, Onofre Bouvila, un hombre joven y pobre, da comienzo a la trama entregando unos panfletos de ideario anarquista a los obreros que levantaban los edificios y pabellones de Exposición Universal de Barcelona (1888), en el Parque de la Ciudadela.
Años después, ya como un hombre de recursos, Bouvila fabrica una máquina voladora con motivo de la Exposición Universal de Barcelona, la de 1929, la que se escenificó en Montjuïc, y que dejó como herencia Palacio Nacional, la Fuente Mágica, el Teatre Grec, el Pueblo Español y el Estadio Olímpico.
La ciudad de los prodigios es la narración de una época, que es la misma época (valga la redundancia) en la que un día de 1928, un joven valenciano llamado Antonio Masiá Barbastre puso en marcha una óptica en un local situado en el número 40 de la calle Aribau.
Hoy, 93 años después, Vicente Masiá Anavitarte está al frente del negocio, que se mantiene en el mismo emplazamiento de toda la vida. Nieto de Antonio, Vicente entró a trabajar en la óptica en 1988, cuando obtuvo el diplomado en la Escuela de Óptica y Optometría de Terrassa (en la actualidad, Facultad de Óptica y Optometría) de la Universidad Politécnica de Cataluña.
Vicente representa a la tercera generación de ópticos de la familia, ya que es el hijo de Vicente Maciá Gómez, que trabajó en el negocio familiar desde 1958 hasta 2010, año de su jubilación. Antes de la pandemia de la covid-19, solía ir a la óptica cada día, pero ahora, a sus 81 años, para qué correr riesgos.
El asunto es que la saga de los Masiá ópticos podría romperse. Vicente Masiá, que cuenta con 54 años, tiene dos hijas, pero ninguna de las dos quiere seguirle los pasos… de momento. La historia aún se está escribiendo.
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