La disfunción relativa

Podemos decir, por tanto, que toda disfunción genera un problema pero no todo problema es causado por una disfunción.

¿Y si decimos que no siempre es así?

Resulta que hay casos en los que una disfunción visual no implica un problema.

Lucía Da Vicino es una informática de 40 y pico años, miope de -0.75 D y levemente endofórica de cerca (sin sus gafas). No le gusta conducir, trabaja ocho horas diarias con pantallas, dedica su tiempo libre a diseñar videojuegos y depende continuamente del móvil.

Sin sus gafas y con su miopía se encuentra perfectamente en su entorno, no manifiesta molestias como su amiga y compañera laboral Otilia da Lontano, que desde que llegó a la presbicia depende totalmente de sus gafas.

Eso sí, cuando Lucía sale con sus amigos y amigos a visitar las iglesias románicas del Pirineo catalán, recurre al uso de gafas para poder identificar mejor el paisaje y las pinturas murales de sus techos abovedados.

La cosa se complica cuando, por un mal asesoramiento, se confunde acabar con la disfunción con acabar con el problema.

Álex Duralex es un abogado présbita joven, con una condición refractiva y binocular similar a la de Lucía. Como podemos suponer, trabaja sin gafas porque recurre a su miopía para compensar el déficit acomodativo.

Como es muy deportista, decide operarse de miopía para poder jugar a balonmano sin gafas. La cuestión es que, una vez operado, descubre que, aunque no tenga que usar gafas para lejos, la visión de cerca ha empeorado mucho, viéndose obligado a usar gafas de nuevo.

La cirugía ha cambiado una necesidad por otra, dicho de otra manera: ha resuelto un problema pero ha creado otro. Como resulta que está más horas mirando a distancias cortas que mirando de lejos, la dependencia de las gafas es aún mayor que antes de pasar por el quirófano.