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De Venecia a la era digital: la larga evolución de las lentes oftálmicas

FOTO: Unsplash

Por Jaime Cevallos - 18/12/2025

Este artículo forma parte del Cuaderno de Innovación 2025 editado por Modaengafas.com.

La historia de las lentes oftálmicas es también la historia de la relación del ser humano con la visión y con el deseo de ampliar sus capacidades. No hay una única respuesta a la pregunta de cuándo se fabricó la primera lente, y quizá esa ambigüedad sea la mejor muestra de la evolución constante que ha marcado este campo desde sus orígenes hasta la actualidad.

En 1623, Benito Daza de Valdés dedicaba en su obra “Uso de los anteojos” un pasaje a reflexionar sobre ese origen. Sus conclusiones mezclaban tradición, testimonios de su tiempo y cierta libertad interpretativa. Señalaba Italia, y en particular Venecia, como escenario probable de las primeras lentes para anteojos, basándose en la fama de sus artesanos vidrieros. Describía cómo los mejores anteojos se tallaban en cristal de roca, un material noble que no necesitaba artificios de fuego, y cómo en Murano se elaboraba un vidrio finísimo empleado también en la fabricación de lentes.

Bernard Maitenaz registró en 1951 los bocetos y principios mecánicos de lo que se convertiría en la primera lente progresiva moderna

Daza recuperaba además una historia muy difundida en su época: la del religioso que habría inventado los anteojos. No daba un nombre definitivo, aunque otras fuentes medievales mencionaban a Alessandro della Spina o a un dominico florentino anónimo. Más allá de la figura del inventor, lo que parece claro es que las primeras lentes surgieron para ayudar a los presbíopes, especialmente a quienes dedicaban su vida a la lectura y la escritura. Letrados, escribanos y religiosos fueron los primeros en beneficiarse de esta herramienta que permitió prolongar la actividad intelectual en una época en la que la vista cansada podía significar el fin de una vocación.

Durante siglos, la óptica avanzó lentamente, hasta que en el siglo XX se produjo uno de los mayores saltos conceptuales en su historia. El 2 de marzo de 1951, el ingeniero francés Bernard Maitenaz registró los bocetos y principios mecánicos de lo que se convertiría en la primera lente progresiva moderna. Ocho años más tarde, con el lanzamiento de la lente Varilux, comenzó una nueva etapa en la corrección visual que cambiaría para siempre la vida de las personas con presbicia. Desde entonces se han vendido más de 700 millones de estas lentes, un indicador claro de su impacto en la salud visual global. Maitenaz no solo desarrolló esta innovación, sino que también participó en la fundación del grupo Essilor en 1972.

Luto en la óptica mundial: fallece Bernard Maitenaz, el inventor de la lente progresiva Varilux y fundador de Essilor

Su legado se reconoce incluso desde la cercanía. Lluís Bielsa, director técnico de Bielsa Optics, recuerda un encuentro con él en el año 2000 en un restaurante modernista de Barcelona. Bajo la luz de las lámparas de Gaudí, el inventor aceptó reproducir el boceto original que había dado forma a su primera lente progresiva, un gesto simbólico que parecía reconectar medio siglo de investigación y práctica.

María de Blas. Óptico-optometrista de gran experiencia, recuerda cómo, hace treinta años, las lentes se fabricaban usando moldes adaptados a cada graduación, con materiales limitados y procesos que exigían un notable trabajo manual. Las plantillas se recortaban y limaban a mano, el centrado se marcaba con un simple punto sobre el talco de la gafa y el recorte y biselado se realizaban con herramientas manuales antes de que las máquinas automáticas comenzaran a incorporarse. Aun así, aquellos avances supusieron un cambio importante para su tiempo.

El presente, sin embargo, ha llevado la evolución a un nivel que habría sido inimaginable para Daza, para Maitenaz o incluso para los técnicos de finales del siglo XX. Hoy las lentes ya no se diseñan para una graduación específica, sino para una persona concreta. La inteligencia artificial (IA) ha introducido un modelo de personalización radical que tiene en cuenta no solo la corrección óptica, sino también el comportamiento visual del usuario, explica María de Blas. Un ejemplo de ello son los sistemas que, mediante experiencias inmersivas en realidad virtual, analizan en apenas tres minutos la forma de mirar, los movimientos oculares, los giros de cabeza y la respuesta pupilar a distintos niveles de luz. Con esa información generan un código único que permite fabricar una lente estrictamente adaptada a la persona y a la montura que llevará.

Esta personalización no afecta únicamente a la comodidad. Mejora la visión binocular, reduce la fatiga visual y ofrece transiciones más naturales entre diferentes zonas de visión. Para la industria, la inteligencia artificial supone además una herramienta capaz de optimizar procesos, reducir errores, aprovechar mejor los materiales y acelerar la creación de nuevos productos que respondan a necesidades cada vez más específicas.

La evolución de las lentes oftálmicas, desde los cristales venecianos hasta los algoritmos capaces de modelar el modo en que miramos el mundo, muestra un recorrido marcado por la búsqueda permanente de claridad. Cada avance ha ampliado un poco más los límites de lo que podemos ver y, en cierto modo, también de lo que podemos imaginar. El futuro, impulsado por el desarrollo tecnológico, parece dispuesto a seguir afinando esa mirada.

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Jaime Cevallos
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